Recuerdo ese pote de zanahoria para untar el cuerpo y ponerse moreno. Estábamos en la playa con mis padres, mi hermana y yo, y no se nos ocurrió nada más que untarnos bien todo el cuerpo con esa especie de pasta de zanahoria. Ya sólo ponértela parecías más moreno, pero nada que ver con lo rojo-quemados que acabaríamos al cabo del día.

Por la noche todo eran lamentaciones, recuerdo que no nos podía ni rozar la camiseta del algodón más fino en la piel, del dolor que teníamos. Mi padre y madre, intentando reparar el daño nos volvían a embalumar de Aftersun, esa crema blanca que hace milagros y te calma y repara la piel. Ese olor la tengo grabado en mi cerebro, ¿tú, no? Es oler ese olor y me transporta al verano y la playa.

Qué locuras hacíamos en nuestros tiempos, eso debía ser en los años 90 o así (1990), se hace raro ya escribir ese año.

Hoy he ido a la playa en familia y ha sido todo lo contrario, embadurnarse con crema solar de protección superalta, 50 o 60. El pote era de esos tan majos tipo spray, que da una cosa cuando te lo tira tu mujer en las lumbares porque no te llegas, el chorro sale a presión y con una frescura que te hace dar un respingo. Está guay.

Dicho todo esto, tengo que decir que en un momento dado he girado la cabeza y teníamos a mi lado una parejita de novios, un chicho y chica, debían tener unos 25 años, y he visto a la chica sacar un betún tipo de zanahoria. Seguramente por eso estoy escribiendo esto, porque me ha transportado a mi infancia o adolescencia, con mi hermana y las locuras estas.

En esos tiempos no se tenía conciencia del peligro de la exposición al sol. Tampoco la atmósfera estaba tan jodida como ahora, con todo esto de la capa de ozono que nos hemos cargado.

Estar en la playa ha sido muy guay, lo he disfrutado. Ha sido el baño inaugural de la temporada. Hemos ido a la playa de Barcelona. El agua estaba más bien fresquita, pero con un poco de valentía hemos entrado sin problemas. Con mis hijos hemos jugado con las olas. Mi hija me ha recordado esa escena que me encanta de la película de Interestelar, esa que llegan a un planeta nuevo y ven una montaña (atención si no has visto la peli y no quieres spoiler, salta este párrafo al siguiente, no es gran cosa, pero la escena me impactó, están en el planeta mirando la montaña y diciendo: qué grandes son las montañas en este planeta, cuando uno de ellos se percata que no es una montaña, sino una ola gigantesca). Cómo me gusta es película, Interestelar, creo que la he visto 3 o 4 veces, y a trozo ya he perdido la cuenta.

La playa tiene un efecto anestésico, te tumbas en la playa, oyes el sonido de las olas, hueles el olor, esa molécula de crema de sol flotante en el aire que te viene a la nariz, oyes las conversaciones de la gente que tienes a tu alrededor, y todo el mundo está precioso, con los cuerpos a relucir, sin pudor ni tapujos.

Qué bonito. Había una chica muy bonita que le ha dado por hacer pilates en la playa, madre mía, ha sido un espectáculo. Pasa de todo. Luego un señor con edad avanzada se nos ha puesto justo delante, con una especie de tienda de campaña, pero no pasa nada, giras un poco la vista, o te mueves un poco y sigues viendo el mar delante de ti.

También recuerdo comer a las 4 o 5 de la tarde cuando íbamos a la playa con mis padres. Quizás no todos los días, o quizás no tan tarde, pero mi recuerdo es el de ir a la playa, volver a casa tarde y comer supertarde. Y la sandía, no podía faltar en días como esos, algo fresquito, con mucha agua.

Pasado, presente, futuro. El pasado dicen que no existe. Existe este momento preciso en el que recuerdo algo que decimos pasado. Por eso dicen que es tan importante vivir el presente, estando presente en el presente. Por eso hoy cuando he jugado con las olas con mis hijos estaba presente en el presente, para cuando escriba otro artículo de aquí unos años recordar este bonito momento.

¡Qué tengas un feliz domingo!

Marcel