El secreto de las hojas al caer de un árbol
A veces vas andando y de repente te das cuenta cómo está cayendo una hoja, así con ese vaivén que provoca la fricción de la hoja con el aire, zig-zag, zig-zag, y cae al suelo. En ese momento uno puede decir que se ha dado cuenta de lo que ocurre a su alrededor. Darse cuenta cómo cae una hoja, un hecho que podría parecer fútil, y sin embargo, toda tu atención está en esa hoja, cómo baila al caer, cómo se despide del árbol.
Lo bueno de imaginar es que uno es gratis, y dos, no tiene límites. A veces pienso si estás hojas que caen son almas de personas que van bailando e intentan que alguien se de cuenta, quieren conectar con alguien y nadie se da cuenta, todo el mundo las ignora, sólo ve los coches que pasan por la calle, la gente andando a paso acelerado, las tiendas con luces y productos en el escaparate para captar la atención. Pero en el mundo de la imaginación uno puede imaginar que hay un alma en la hoja cayendo y que hay un receptor en el otro lado, que la capta.
También a veces me da por imaginar que una paloma que te mira como si te entendiera, que te mira a los ojos como si te interpelara, y uno imagina: ¿y si fuera el alma también de otra persona encarnada en una paloma? Habría una dimensión en cada cosa y todo el mundo la estaríamos ignorando, primero por incrédulos, segundo porque somos incapaces de detectar estas energías y este plano tan sutil de la existencia.
Pero ay amigos, y si fuera verdad! Sería tan ridículo como esos programas de la tele en el que el participante tiene que acertar alguna cosa con unas pistas, y no lo consigue, no consigue ver lo obvio, lo evidente, y en cambio, en casa desde el sofá y con la respuesta escrita por pantalla respiramos atónitos de ver quan ciego está el concursante de no acertarlo.
Hay una vida evidente, física, sensorial que parece muy real y a la vez es tan irreal, está construida sobre un montón de dogmas. Por ejemplo, el dogma de la escasez, del que si hay para ti no va a haber para mí. Esto es un dogma muy infundado en nuestra sociedad, y cuando uno se para a pensar en el universo ve que la abundancia es lo que la define, y la generosidad. Cualquier material que te imagines, ¿cuántas toneladas y toneladas hay esparcidas por el universo? Un simple meteorito puede tener toneladas de hierro y mil componentes. Y el Sol, ¿Cuántas toneladas de helio quema al segundo para brillar y esparcir su calor por el sistema solar?
Hoy andando por el río con mi mujer, me ha venido a la cabeza una cosa muy ridícula: “El Master del Universo”, un muñeco que se hizo popular en la década de los 80, era un tipo musculado, así rubio, guaperas, con solo un taparrabos y marcando mucho músculo. Había jugado mucho con este muñequito y toda su saga. Y hoy me ha venido como un flechazo lo de “master del universo”, o sea, este tipo se creía el master de todo nuestro universo, que ni sabemos dónde se acaba de grande que es y que encima está en expansión. Pero oye, de todo el universo el puto-amo, el master del Universo era este tipo del muñequito.
Con cuánta vanidad que crecemos, pensando que tenemos en las manos un muñeco que reparte la pana, y simplemente somos insignificantes en esta inmensidad del Universo. Por cierto, los másteres del universo me los daba la novia de mi tío que trabajaba en la fábrica de Mattel, y no ves lo contento que estaba yo.
Para todo lo banal tenemos libros, universidades, escuelas. ¿Quieres saber por qué la sal se disuelve en agua? Algún libro te lo explicará, algún video te lo explicará.
Para la mayor parte de los temas transcendentales no tenemos escuela, ni universidad, ni maestro, ni libros. Vamos a ciegas, estamos huérfanos de certezas, todo es un quizás. Qué curioso. Uno quiere saber muchas cosas de la vida, del alma, del espíritu, y no encuentra respuestas. Solo puedes aspirar a imaginar tus mundos, sentirlos, como mucho tener una intuición, un suspiro de notar cómo una hoja cayendo te está diciendo algo, secretamente, sin que nadie más se dé cuenta.