Ver salir el sol, sea desde donde sea. Es una experiencia preciosa. Tengo la suerte que desde la ventana de mi dormitorio puedo ver la salida del sol. Un día más.

Oir el sonido de las olas. Sea donde sea. Ese sonido “ssssiiiuuusssh...”, seguro que sabes a lo que me refiero. Qué bonito es. Si es por el atardecer, pues pasear y sentir el sonido de las olas, si puedes poner los pies en el agua y andar un rato, todavía mejor.

Comer una sandía bien fresca cuando hace calor. Coger un taco, bien cortadito, lo pones en tu boca y notas la frescura, el sabor, dulce, y como se funde y se convierte en líquido. Comer sandía es muy saludable, seguro. Y no puedo evitar pensar de vez en cuando en una película que me marcó, se llama “El sabor de la sandía”, pasa creo en una ciudad de oriente, ¿China quizás? El caso es que hace un calor que te mueres, la ciudad tiene sequía, todo el mundo tiene sed, etc. y de repente aparecen los protagonistas, un chico y chica con una sandía. ¡Imagínate como se la comen!

Ese sonido de las golondrinas al atardecer, cuando parece que el día ya se da por acabado, y ellas todavía hacen un último vuelo. Delante de mi piso hay una comunidad de golondrinas, y se reúnen para dar una vuelta al atardecer. Rodean el edificio que tengo delante, es precioso el espectáculo, cómo vuelan, qué libres parecen, y qué bonito es el ruido que hacen.

Echarse una siestecilla, después de comer, qué bien sienta, ¿verdad? Yo hoy he hecho una, y madre mía, ¡cómo te quedas! Entras en otra dimensión, es como vivir un día dos veces, ahora estoy como una rosa de fresca. Y mejor porque todavía queda día, baile de swing y concierto de noche. Dicen que cuando duermes el cerebro limpia una especie de neuronas, materia gris, o algo así, de modo que por si a caso, hay que hacer una siestecilla de vez en cuando.

Hacer un bailecito, en mi caso de swing, que es lo que me he aficionado últimamente y me manejo un poco. Bailar es un idioma de por sí, es como tener una conversación con alguien pero con el cuerpo, moviéndotelo al compás de la música, improvisando, sincronizando movimientos. A veces me fascina cuando vas a hacer una figura y la persona con la que bailas lo pilla y se mueve anticipándose, ninguna palabra y máxima sincronización, genial.

Escuchar una canción preciosa, sentir la caricia de la voz de una cantante que te gusta. Igual que tocas un vestido de terciopelo, pasas la palma de la mano por el vestido y es agradable, pasas el reverso de la palma de la mano (¿hay más sensibilidad allí verdad?) y mola más todavía. Hay voces que parece hacer esto en tu tímpano, consiguen desplegar una tela de terciopelo en tu tímpano y lo van acariciando con cada frase.

Hay tantas experiencias agradables. ¿Verdad?

Una caricia, sea de quien sea. De tu pareja, de tus familia, de tus amigos.

Un abrazo, sea de quien sea.

Una mirada con los ojos que brillan.

Una sonrisa.

Un cafecito en compañía.

Unas cervecitas en compañía, Estrella Damm, por ejemplo, o mejor, unas IPA.

Una comida familiar, en armonía.

Unas tapas, caseras o en un bar.

Un reencuentro con algún amigo de la EGB, si puede ser durante un concierto.

Una videollamada con una persona con la que trabajaste y se acuerda de ti y quiere hablar.

Todo esto genera energía positiva. Un día que hayas podido hacer varias de estas cosas y puedes darte por satisfecho. ¿Y por qué no? Por qué no hacerlo cada día y disfrutarlo y decirse: oye, pues no estamos tan mal, verdad?

Pues lo dicho, a disfrutar que son dos días. Puedes coger lápiz y papel, te apuntas lo que te hace sentir bien, así a modo de “checklist” y ale, cuando te levantas por la mañana vas haciendo y tachando experiencias. Espero que en una de estas pueda estar yo contigo para compartirlo.

Un abrazo,

Marcel