Por fin llueve. Esta semana para mí la protagonista indiscutible es esta querida lluvia, que nos has sacado a todos de esta agonía de calor. Ayer se produjo el milagro y empezó a llover, a llover mucho, no como esas veces que ha hecho este agosto, que han caído cuatro gotas sin más. Ayer fue generosa la lluvia, y hoy lleva el mismo camino. Qué bonita la sensación de levantarse, oír llover, beber el café con leche y volverse a la cama a leer un rato oyendo el ruido de la lluvia (¿Por qué he escrito ruido? Si pienso que es un sonido armónico de lo más relajante).
Los equipos de meteorología ya habían predicho que llovería, y no se han equivocado. Por lo visto tienen ya muy tomada la medida al tiempo, a sus señales, a predecir las tendencias, y yo que me alegro. El problema es que cuando hay onda de calor parece que no hay nada que hacer, más que sufrirla, aguantarla. Esta semana ha sido una semanita de calor a tope. Lunes, martes, miércoles, jueves… calor desmesurado, por la noche abrías la ventana y no pasaba ni una pizca de viento, una atmósfera caliente. El viernes por la tarde noche ya se notó un pequeño cambio, empezó a entrar un poco de aire y fresco. Y el sábado ya fue la apoteosis, cuando empezó a llover.
Y todo esto me hace pensar que seguimos siendo animales en este planeta tierra, sujetos a las inclemencias del tiempo, sin pocos o nulos recursos para modificar el destino. Pienso en lo que leí de la historia que se hacían rituales para que lloviera, que se hacían ofrendas a los dioses para que fuera bueno con el tiempo y las cosechas, y todo tipo de catarsis entre la especie humana y el tiempo, o su mano oculta de una fuerza superior que nos escucha. Y bien, estamos en 2023 en plena efervescencia de la tecnología, o eso nos parece (seguro que de aquí unos siglos se reirán de nuestra tecnología actual), y digo que con toda la tecnología del mundo tengo la sensación que seguimos siendo como los primitivos. Yo me siento como un animal que pasea por el campo, que ve algún árbol luchando por sobrevivir y lo único que se me ocurre es invocar a las fuerzas del más allá para que haga llover, como los viejos primitivos. Confieso que lo he hecho, ya está dicho. Este miércoles fui a pasear por el campo, un río que hay cerca de donde vivo, la mayoría de los árboles estaban verdes todavía, pero vi algunos con signos de estar a punto de fallecer y les dije: “aguantad, queridos árboles, ya queda menos”. Ya habían dicho en la tele que llovería y lo sabía, pero esto no me alejó de hacer mi plegaria a las fuerzas del universo, por favor, llueve ya.
Llevamos tiempo ya con el problema del agua, de las sequías, de las cosechas. Volvemos a la era primitiva, con el problema de haber descuartizado la armonía de nuestra querida Tierra. Hace tiempo que sale en la tele que las cosechas han disminuido. Ahora que si el aceite va a ser mucho más caro porque la producción es muy inferior, porque la tierra no puede dar los frutos de antes sin lluvia, sin agua. ¿Y qué hacemos nosotros? Aguantar estoicamente, impotentes. Esta semana creo que ha sido muy representativo, yo he teletrabajado, hice dos videoconferencias y al acabar la reunión salí de mi habitación-despacho con el suéter empapado, es lo que se suele decir de ganarse el pan con el sudor de uno mismo. Uno lo aguanta porque es sufrido, pero la verdad es que si esto durara la productividad bajaría en picado. Una noche ya harto del calor se nos ocurrió poner el aire acondicionado en el comedor, para darnos tregua al menos durante la cena, y nada, cayó la luz de todo el edificio (no sé si del barrio) unas 5 veces. Se iba, volvía, otra vez el aire puesto, otra vez se caía todo. Supongo que todo el mundo estaba intentando hacer lo mismo. No estamos preparados para esto, claramente.
Una buena lección, a veces no queda más que aguantar el tipo.
Luego hay escapatorias artificiales, es eso de hacer ver que uno no se da cuenta de lo que pasa y se refugia en un paraíso artificial (gran libro por cierto de “Paco Umbral”). Ese día que fui a pasear por el río sentí el instinto de acercarme al río, meter la mano en el agua y tirársela por encima. Durante unos instantes el calor se fue y me olvidé de la ola de calor. Otro día, el jueves, conseguí poner el aire acondicionado sin que se fuera la luz, y pude trabajar tranquilo durante unas horas. Otro día, el viernes, me fui a la playa de Barcelona a eso de las seis de la tarde, me zambullí en el agua, me tumbé en la toalla y también, la ola de calor desapareció. La piscina también es un gran aliado contra el calor y también nos ha tirado un cable este agosto.
Somos los humanos seres sensibles, por más historias de heroicidad que nos cuenten. Unos simples grados de temperatura nos pueden dejar fuera de juego. Mi mujer me dice que no vamos a ir a Marte nunca, que no estamos preparados para esto, y en parte creo en lo que dice. Me cuesta pensar que no vamos a ir a Marte, pero por otro lado pienso esto, no aguantamos el calor fuerte, no aguantamos el frío fuerte, si nos damos un golpecito nos rompemos rápido como un cristal. ¿Cómo vamos a sobrevivir fuera de la Tierra?
Es posible que lleguemos a otros planetas, que tengamos una segunda piel que nos proteja de todo esto, que tengamos un segundo cerebro mucho más potente (por dios, si se nos olvida todo tanto, somos tan patosos haciendo cálculos, etc.). Pero entretanto, la mayoría de la humanidad, gente como tú y yo, seguiremos aquí en nuestra querida Tierra, invocando a nuestros dioses queridos para que venga la Lluvia, para que vuelva el sol cuando hace frío, para que detenga las inundaciones, para que pare los volcanes, y vamos a imaginar que con el poder de nuestra mente, y con la complicidad de la conciencia universal haremos habitable nuestra querida Tierra.
Así es como me gusta imaginármelo a mí. Y así es como será para mí. ¿Y para ti?